A veces nos olvidamos de cuál es el objetivo de debatir y, debido a ese olvido, solemos pagar un precio demasiado alto: nuestra paz y nuestro bienestar psicológico.
Hace años leí la siguiente frase: «Sé selectivo en tus batallas; a veces, es mejor tener paz que tener razón». No me dejó indiferente. Me pareció más sabia y profunda de lo que parecía.
Aunque la metáfora bélica le resta algo de significado, sería interesante detenernos y analizar por qué a veces es mejor tener paz que tener razón.¿Qué quiere decir esta curiosa frase? ¿Qué relación tienen la paz y la razón? Comencemos.
El orgullo: el protagonista ausente de esta frase
Sin alusión directa a él, en el orgullo está la clave no ya de la propia frase, sino de la necesidad de atender a la misma. ¿Es el orgullo una virtud o un defecto? Sería reduccionista definirlo como una u otra.
El origen de la palabra quizá nos pueda dar pistas. Parece que proviene del catalán y este a su vez del francés y su significado refiere a una tendencia a la soberbia. Parece pues que el orgullo cuenta con connotaciones negativas o, al menos, poco deseables socialmente. No obstante, en la definición que la RAE nos da de esta palabra encontramos que su primera acepción no alude a la soberbia, sino al reconocimiento de uno mismo, aunque la segunda acepción sí que aluda a aspectos como la vanidad o el sentimiento de superioridad.
Sería interesante preguntarnos para qué sirve o qué función tiene el orgullo.Lo curioso de esta palabra es que las acepciones mencionadas que nos muestra la RAE forman parte de un mismo proceso social y psicológico, tomando diferentes significados según el contexto en el que se den.
El orgullo tomado como una muestra de amor y respeto hacia nosotros mismos nos protege de amenazas sociales, como la persuasión o la humillación. El problema puede aparecer cuando el orgullo va más allá de su mera función protectora y comienza a perjudicarnos más que a beneficiarnos… he aquí el porqué de su protagonismo en la frase que nos ocupa.
Debatir y discrepar con un fin
A veces, nos ensimismamos tanto en un debate que olvidamos (o quizá confundimos) por qué lo llevamos a cabo. Sin detenernos en relativismos, verdades universales y pretextos varios, el intercambio de pareceres como un ejercicio enriquecedor y una práctica para cultivar el conocimiento parece no vivir su mejor momento. Cuando ganar al otro sirve de principal motivación para argumentar y contraargumentar, el auténtico perdedor es el aprendizaje.
La razón… o mejor dicho, «tener razón», ese parece ser el signo de la victoria en cualquier cruce de ideas expuestas en nuestra vida cotidiana. Leyendo debates en redes sociales, uno llega a encontrarse frases del tipo «Te daré la razón cuando me demuestres que…». Ahí es cuando se hace fehaciente que, muchas veces, no debatimos para aprender, sino para ganar. Si a eso le añadimos un contexto de diálogo social en el que predomina un fenómeno llamado posverdad, las posibilidades de discrepar desde el enriquecimiento se reducen aún más.
¿Es más importante tu paz o tu «victoria»?
Puestos en contexto, la respuesta parece fácil, pero en la práctica, cuando se tocan temas sensibles, cuando el orgullo está muy presente, cuando no nos comunicamos con templaza y reflexión, ahí es cuando desvirtuamos el sentido de exponer nuestros argumentos y escuchar abiertamente los ajenos.
No existen tips para interiorizar la idea de que, a veces, tener paz es más importante que tener «razón». Lo único que sí sería interesante para saber si merece la pena invertir tiempo y recursos cognitivos es tratar de analizar qué intención real tenemos a la hora de comenzar un debate, una discusión o una discrepancia. Y si esta es una intención sana, de enriquecimiento y aprendizaje, también es interesante saber qué intención tiene la otra persona.
Cuando dos personas expresan sus diferencias al exponer sus argumentos y abren su mente para escuchar y comprender los de la otra persona es probable que ambas terminen su diálogo habiendo aprendido algo. Sin embargo, si esta motivación no se da en alguna de las dos partes (o en ninguna), no solo será difícil aprender, sino que el estrés y la tensión prevalecerán.
Ser selectivo es una cualidad que nos puede ahorrar sufrimiento. En este caso, la virtud de elegir cómo y con quién discrepamos puede proteger algo tan valioso como nuestra paz interior.
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