Hay quien oye, pero no escucha. Hablamos de personas que solo tienen en cuenta sus puntos de vista, no mostrando voluntad ni interés por entender otros. En este artículo profundizamos sobre sus motivaciones –o carencia de ellas- y las consecuencias de su actitud.
Hay personas que oyen, que físicamente están presentes ante nosotros y que, sin embargo, no escuchan. Porque oír no es lo mismo que escuchar, se necesita de esa valiosa capacidad para ser receptivo no solo al mensaje emitido por parte de un interlocutor. Además, se precisa de esa habilidad para leer gestos, descifrar emociones contenidas y toda esa información que viaja por senderos lejanos a las palabras.
Admitámoslo, en ocasiones, ante la falta de novedad o los conflictos sin resolver, es complicado mantener una conversación efectiva y satisfactoria con todas las personas que forman parte de nuestra cotidianidad.
Sabemos que abundan las personas muro, esas de actitud infranqueable que no se dan, ni atienden ni quieren entender. Sin embargo, hay otras que parecen accesibles, incluso cercanas, pero que al poco percibimos que su interés no es sincero y que derivan a menudo en la mera y falsa condescendencia.
No saber escuchar, no practicar una escucha activa genera no solo una elevada insatisfacción. A nivel relacional las consecuencias pueden ser tan dañinas como problemáticas. Por otro lado, recordemos que en los escenarios laborales, la buena comunicación es clave para alcanzar objetivos y para crear ese clima donde el capital humano se sienta satisfecho, facilitando así las condiciones para dar lo mejor de uno.
Descrito el marco, ¿por qué nos cuesta tanto escucharnos entre nosotros como merecemos?
«Observa, escucha, calla, juzga poco y pregunta mucho». -August Graft-
Personas que oyen y no saben escuchar ¿por qué ocurre?
Nada erosiona tanto nuestras emociones como no sentirnos escuchados cuando lo necesitamos o cuando simplemente nos estamos comunicando con alguien. Las personas que no oyen no tienen siempre el rostro de un adolescente o de ese jefe al que no le importa lo más mínimo lo que tengamos que decirle. En realidad, este fenómeno se da con frecuencia entre muchas de esas figuras cercanas.
Decía Jean-Paul Sartre que la incomunicabilidad, así como la no escucha, es la fuente de toda violencia. En cierto modo, ese es en realidad el inicio de muchos de nuestros problemas. Al fin y al cabo, quienes no se escuchan están casi condenados a caer o bien en la indiferencia o en ese desacuerdo que acaba generando distancias a menudo insalvables. Veamos, por tanto, qué hay detrás de esas personas que oyen, pero que no saben escuchar.
Sesgo de confirmación y disonancia cognitiva
Hay personas que solo escuchan lo que ellas quieren. Eso significa, por ejemplo, que solo abrirán sus oídos cuando digamos algo que confirman lo que ellos ya saben, creen o dan por cierto. Todo aquello que no se ajuste a sus gustos o creencias no será atendido ni tenido en cuenta.
Por otra parte, la disonancia cognitiva es también un fenómeno muy común en nuestros fallos de comunicación. Ocurre con gran frecuencia en nuestras relaciones de pareja: cuando estamos enfadados con esa persona, no importa que tenga razón en aquello que nos esté diciendo. La mente rechaza los datos disonantes e intenta ser fiel a lo que siente ‘si estoy enfadado contigo, no tendrás razón en nada de lo que digas’
El perfil narcisista, personas que no oyen porque solo se escuchan a sí mismos
La personalidad narcisista está detrás de muchas de nuestras frustraciones a la hora de comunicarnos. Son perfiles que nunca atienden perspectivas ajenas. La única verdad es la que ellos tienen, y por si esto no fuera poco, toda conversación carecerá de interés si no son ellos el centro de todo argumento, anécdota o referencia.
La ira contenida que cierra los oídos
Este es otro factor que deberíamos tener en cuenta. Una de las razones por las que las personas fallamos en nuestros procesos comunicativos, se debe a la ira escondida.
A veces, ni siquiera hace falta que estemos enfadados con la persona que tenemos enfrente. Un mal día en el trabajo, por ejemplo, puede hacer que dejemos de practicar la escucha activa con los nuestros. Esta es una realidad que debemos tener muy presente.
No escuchan porque son ellos quienes desean llevar las riendas de la conversación
La mayoría nos hemos encontrado en más de una ocasión con esos perfiles caracterizados por la verborrea excesiva. Es algo común y sobre todo, frustrante. Son esas personas que oyen, que están ante nosotros pero que no escuchan porque están pensando en lo que van a decirnos a continuación. Su único afán es llevar las riendas del diálogo y acaparar cada palabra. Lo que nosotros podamos decir en realidad, carece de interés.
¿Qué podemos hacer ante quienes no nos escuchan?
Tanto si lo queremos como si no, personas que oyen y no escuchan siempre las habrá. Nos las encontraremos en casi cualquier escenario. Ahora bien, lo complicado es tener junto a nosotros a alguien que es incapaz de ser cercano, empático y sensible. Pensemos que la buena comunicación es el principal nutriente de la convivencia. Sin ella, nada fluye, nada es auténtico, nada nos sirve.
Por tanto, a quienes no hacen el mínimo esfuerzo por escucharnos de manera auténtica y activa, hay que hacérselo saber. Les dejaremos claro por activa y por pasiva que merecemos y debemos ser atendidos, comprendidos. Si no hay cambios, lo mejor es dejarlos ir por bienestar y salud. La sordera emocional en materia de comunicación deja serias secuelas. Protejámonos de ella.
Trabajemos por tanto cada día en mantener una comunicación adecuada y satisfactoria en cada uno de nuestros escenarios sociales. Seamos el mejor ejemplo, promovamos el diálogo empático y pongamos límites a quienes no tengan voluntad de practicarlo.
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